No sé si habéis leído un libro que se titula "Dios vuelve en una Harley". Lo lei el año pasado y me gustó bastante.
A mí me ha vuelto en un Ford Fiesta. El sábado que llegué a mi ciudad de vacaciones lo vi apoyado en la barra de una discoteca de playa... guapísimo, hermoso, con la sonrisa más plácida que jamás hayais visto, grande (no podía ser de otra manera).
Desde el principio sentí que tenía un "algo" especial. Entablamos conversación en unos instantes y luego todo vino rodado: bailamos, charlamos y me llevó de propio a casa junto con unas amigas. No lo hizo de manera absolutamente gratuita: quería "estar" conmigo y conocerme un poquito. Aunque opuse resistencia en un principio, luego accedí a quedarme a solas con él en su vehículo y nos intercambiamos unos dulces besos. No insistió (galante y respetuoso él) en continuar con los amores y nos emplazamos para una cena en su casa. Esta cita sería el lunes.
No entraré en detalles; sólo os diré que la conexión, el grado de fusión, de vibración con ese hombre aquella tarde fue una experiencia que no había vivido jamás en mi vida. Una rica conversación me brindó la oportunidad de conocerle un poquito y enamorarme de él, y unas horas más tarde de amarnos sobre su cama. No fue sexo, fue una entrega recíproca que nos regaló el don del placer.
Hoy escribo esto y tan sólo han pasado cinco días.
Cinco días en los que mi pensamiento ha hecho de las suyas proyectando, soñando despierta y dormida, viendo cómo envejecería junto a él y nuestras familias.
Pero sobre todo, cinco días han bastado para que yo haya podido saber más sobre mí de lo que supe en cuarenta y dos años. Él, el artífice, mi dios en Ford Fiesta. Una persona con un autocontrol maravilloso visto desde mi ingenua perspectiva, un ser dador que, aunque se revuelve contra sí mismo, sigue dando, ofreciendo y enseñando su sabiduría.
Cuarenta y dos años he necesitado para cerciorarme de mi egocentrismo, ese egocentrismo que tanto me disgustaba en los demás (¡vaya espejo!).
Tres tardes han sido las únicas que he disfrutado con él y de él (mamá mía, cuántas más me hubiesen gustado... toda mi vida!!!) Pero en sólo tres, hemos hablado y hablado de mil conceptos, de virtudes y defectos, del amor y mil cosas más.
Y siempre él, tan atento, tan amable, tan amoroso, eligiendo siempre las palabras que no hiciesen daño. ¡Qué sabio!
Pero el cometido se ha cumplido.
Hoy tengo cuarenta y dos y un día más y me he podido conocer a mí misma más que con mil sesiones terapeúticas.
En "Dios vuelve en una Harley" la protagonista también se enamora de él y él le va enseñando valores, le va guiando... El final, no me acuerdo muy bien. Creo que Dios le presenta a la que será su pareja...
En fin, que tan sólo quiero darle las gracias más sinceras que he podido dar en mi vida; decirle que le quiero con todo mi corazón y que me hubiese encantado saber mimarle, cuidarle, ser lo que él seguramente esperaba de mí, haber podido ser la compañera de viaje que desea para sí y junto a sus hijos.
Gracias Sergio, te quiero.
Este post lo escribí el sábado pasado. Lo cuelgo hoy. Ayer se lo leí. Dos segundos más tarde me sentía inmensamente feliz. Por fin había entendido mis agradecimientos. ¿Será que la palabra escrita tiene más poder que la hablada? Besos, mis chicas.