
Los pasó sin probar bocado. Apenas bebió agua.
Guardaba su ausencia sobre la almohada donde todavía permanecía su olor.
Unos ojos tristes, sin vida, como él, nos miraban cuando le alentábamos para que saliese de allí, para que retomase su vida cotidiana.
En el intento de levantarla, dejaba su propio peso haciendo la fuerza necesaria para indicarnos que no quería cambiar de estancia.
En los últimos seis meses de vida tan solo salía de casa para lo más necesario, y, en cuanto regresaba, como una flecha saltaba a la cama y se apoyaba en lo que fue el regazo de su dueño.
Fueron trece años de unión, de fidelidad, años en los que se prodigaron juegos, mimos y se proporcionaron el calor necesario en invierno y la calidez que siempre se necesita aún en el buen tiempo.
Anduvieron juntos por la vida y en cuanto él se fue, ella no hizo ningún esfuerzo por aguantar mucho más entre nosotros.
A los pocos meses nos dejaba y su alma iba en busca de su dueño.
Siempre fiel.
2 comentarios:
Eso es fidelidad, no lo que hacemos nosotros, ¿verdad? Admiro y envidio esa cualidad q tienen los animales, en este caso los perros, son fieles y desinteresados como ningún humano
A FANTASÍA
Tú ya sabes de lo que hablo, tienes un Pinkie maravilloso, suave como el algodón, amoroso...
Un beso bien animal... con ronroneo y todo
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