Si estás ocios@, al final de esta página puedes entretenerte con los rinconcitos que a mí me entre-tienen encandilada



05 noviembre 2006

En tu bosque encantado


Eran las tres de la mañana. Aún me restaban muchos minutos para reparar mi cansancio diario y sin embargo me sentía como si hubiese dormido mis horas reglamentarias. Un sueño me había despertado en medio de la noche y, sin luz, había visto mi propia sonrisa dibujada en la cara.
Una lluvia de hojas secas cayendo por mi cabeza había sido la culpable de mi despertar.
Caminaba de regreso por tu hayedo seguidos mis pasos de un batallón de duendes.
Me había internado en el bosque justo cuando la almohada de mi cama me transportó hacia allí, hacia tu bosque encantado.
Sin embargo en el sueño no era de noche. Los rayos del sol se intercalaban entre las ramas ya desnudas de las hayas y un resplandor anaranjado brillaba allá donde miraba. Era la luz del atardecer. Iba sola.
Desde el camino de regreso de Estanés, justamente donde la hojarasca alcanzaba más de un palmo de espesor, había comenzado mi vuelo hasta tu hayedo. Unas repentinas alas a mi espalda me levantaron del suelo y me llevaron hasta allí. Un olor a humedad, el olor del otoño, impregnaba el lugar y solo el canto de algún pájaro rompía el silencio reinante.
Iba escuchando el sonido seco y crujiente de mis pasos y paré de repente. Tan solo hablaba el silencio del silencio y entonces ocurrió. Alguna hoja del sendero comenzó a moverse y su sonido me inquietó. No sabía exactamente qué era lo que pasaba, tal vez sería algún animalillo del monte. Pero no.
Mi sorpresa alcanzó su grado máximo cuando unos pequeños duendecillos verdes y con indumentaria anaranjada iban saliendo de debajo de las hojas. No había transcurrido un minuto que el número se había multiplicado. Eran decenas los pequeños personajillos que, con una sonrisa picarona en sus semblantes, iban apareciendo en escena.
Atónita por lo inusual del paseo decidí darme a ellos y me senté en el lecho de hojas aprovechando el tronco de un haya como respaldo.
Estiré las piernas y coloqué una encima de la otra alcanzando la sensación de comodidad.
Los hombrecillos comenzaron a trepar por mis piernas. No despegaban más de cuatro centímetros del suelo, pero eran increíblemente ágiles. Poco a poco se fueron acomodando encima de mi cuerpo adoptando posturas que en algunos casos parecían propias de contorsionistas.
No sé por qué pero mi estado de ánimo iba cambiando por momentos. Me dejé llevar por el momento y una plácida sonrisa se instaló en mi rostro mientras que con mi mirada les iba dando el saludo de bienvenida.
Emitían unos sonidos agudos que en la mayoría de las veces, cuando se juntaban varios de ellos para hablar, parecían los chillidos de un grupo de roedores.
En un abrir y cerrar de ojos mi cuerpo de tornó en color azul anaranjado, pues apenas sí cabían más duendes de orejas puntiagudas sobre mí, y sin embargo no sentía ningún peso.
Me atreví a acercarles mi mano y algún duende atrevido trepó hacia ella. Las cosquillas que me prodigaban me incitaban a moverla así que a ellos les debía parecer como un vuelo en medio de un huracán; se agarraban a mi mano colgando sus piernecillas en el espacio y con ayuda de mi otra mano depositaba de nuevo sobre mis piernas a alguno que caía dando volteretas al vacío.
Les miraba como quien mira a la fantasía y ellos me devolvían su interpretación en forma de guiños continuos.
Así transcurrió no sé cuánto tiempo, pero la sensación de paz la recuerdo ahora despierta.
Mi estado consciente no me permite recordar el resto del sueño; podría inventarlo pero no quiero. Tan sólo me apetece ir a tu bosque encantado y encontrarme con ellos.
¿Cuándo?

3 comentarios:

M.G.G. dijo...

Los bosques son lugares que invitan a soñar. Tú fuiste a uno, y desde aún no has despertado. Felices sueños princesa ;-)

M.G.G. dijo...

(desde aún= desde entonces)estaba escrito en idioma gripal!

Aprendiza de risas dijo...

A FANTASÍA:
Y que dure... que dure... como Duracell, jajajaja.
Creo que este finde que viene me internaré en ese bosque... ya tengo ganas.
Besos desnudos como los árboles del otoño

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